Vuelvo a escribir después de una parada necesaria. Durante esta parada pude reflexionar sobre la dificultad que tenemos para parar. Desde pequeños nos hemos ido formando en el producir, en el hacer, pero no nos han entrenado en el sentir, en el estar sin ” hacer nada” que es ” hacer mucho”. Al principio cuando decides parar te invade la culpa por lo que has dejado pendiente, haces un listado mental de las cosas que tienes por hacer y ese sentimiento te impide disfrutar de ese merecido descanso.  Los  “tengo ” taladran en tu cabeza y cada vez que aparecen, conectas con lo que has dejado pendiente. Incluso te apetecerá coger el móvil, hacer una llamada a un compañero de trabajo, mirar en el banco si se han cobrado algún recibo, mirar ofertas de empleo, culparte por no estar produciendo, infinidad de conductas que no te permiten disfrutar el momento que estás viviendo. Como todo proceso, éste también está compuesto por etapas, que cada persona vive de una manera determinada. En este proceso, puede aparecer la culpa, la ansiedad, la tristeza.  Si dejas ese sentimiento fluir, probablemente empezarás a sentir los beneficios de desconectar. Estamos en un contexto donde estamos siempre conectados, conectados a lo que sucede en las noticias, conectados a las personas a través de móviles, redes sociales, conectados a nuestros trabajos, conectados a nuestros compromisos, pero estamos conectados con nosotros? Existe una dificultad para conectar con nosotros mismos, tememos sentir y conectar con nuestros sentimientos. ¿ A qué le tememos? ¿A descubrir algo? ¿o a ver algo que no te atreves a ver?

Resulta paradójico pero es real hay que desconectar para conectar, cuando desconectamos de lo externo, conectamos con nosotros. El ruido nos impide disfrutar de nuestra melodía, una melodía que tiene muchos matices. Hay matices que nos gustan y hay otros que no tanto. Para conocer la alegría, hay que conocer la tristeza, para conocer la luz, hay que conocer la oscuridad, para disfrutar de la compañía, hay que conocer la soledad y así sucesivamente.

El descoenctar parece que es inherente a las vacaciones, y así lo usamos en el lenguaje cotidiano. ¿Por qué solo nos permitimos desconectar los fines de semana? ¿o en las vacaciones? ¿Acaso hay algo que nos impida durante el día desconectar?

Te invito y me invito a desconectar durante el día, a disfrutar de pequeños momentos, de pequeñas melodías, de ver los pequeños detalles que nos ofrece la vida.

Vuelvo a conectar contigo, pero sin desconectar de mi.