Estoy sentada en el médico esperando a que me atiendan. Al llegar veo mucha gente en la sala de espera y mi mente empieza a activarse al igual que mi cuerpo.

Ufff que agobio. ¡Cuánto tengo que esperar!

Miro a mi alrededor las distintas actitudes. Hay quien se lo toma con calma y espera sentado mirando lo que ocurre a su alrededor. Otras personas aprovechan y leen un libro que tienen en su bolso, personas previsoras que disfrutan y aprovechan la lectura en cualquier lugar y momento. Otros se sumergen en la tecnología, música, correos, whatsapp, vídeos, todo ese mundo que internet nos ofrece. Algunos interactúan y sonríen con su vecino, cada mirada es acompañada de una sonrisa cómplice para que la espera sea más llevadera. Hay quien protesta, quien va a la recepción a preguntar qué pasa. Si le atenderán pronto o si le pueden cambiar la cita. Otros vienen con su acompañante y disfrutan de la charla mientras van pasando los minutos. Hay encuentros casuales, amigos que se reencuentran después de muchos años. Otros trabajan mientras esperan. Miles de sentimientos y sensaciones bailan al unísono durante la espera. Se mezclan, se observan, se atenúan o se acentúan. Unos a otros nos vamos contagiando. El cuerpo habla también en esta espera.
Me sorprende la serenidad y la calma de otros. Ese estado casi meditativo y presente sin pretender que las cosas sean diferentes sino aceptando la realidad con sus múltiples matices. Me doy cuenta de la capacidad que tenemos de dejarnos llevar por el malestar de nuestro alrededor. Se contagia más el nerviosismo que la calma.

¿Cómo eres tú? ¿Que sabor tiene tu espera? ¿Te contagias con los sentimientos y actitudes de los demás? ¿ Cómo te lo tomas?

Por fin me llaman y me piden los volantes y la tarjeta del seguro médico. Ohhh busco en mi bolso enorme lleno de cosas y no veo mi agenda con los volantes del seguro.. Ayyy después de tanta espera, pienso. Busco mejor y los encuentro, menos mal. La recepcionista sorprendida me mira. ¿Y la tarjeta? me pregunta: No la tengo, le respondo. La he dejado en casa. ( el otro día al escanearla, no la quite del escáner) Mi cuerpo tiembla. ¿Dónde tengo mi cabeza? Pretendo estar en todo y no puedo abarcar tanto. Busco en mi móvil y encuentro el email que envié con la tarjeta escaneado. A pesar de que se ha solucionado me enfado conmigo misma un segundo, pero me pregunto: ¿ Vale la pena ese enfado? Y me contesto: Debo quedarme con lo bueno.

En todo este proceso tomo consciencia de mucho. Tomo consciencia de lo apurados que vivimos, de la dificultad que tenemos de esperar, de la vida que llevamos y la importancia de saborear cada momento.

El sabor de mi espera me gusta. Ese sabor que ido degustando mientras me atienden va cambiando y me sorprende. Además gracias a ella he podido detenerme para plasmarlo en estas líneas. Ese sabor de la espera ha hecho que la inspiración toque mi corazón.

Termina el proceso con una médico amable y cariñosa que se despide diciéndome: “Manuela que tengas un buen día.”

Mi espera valió la pena.