Gustavo Cerati dijo una vez: ” Saber decir adiós, es crecer.”
Esa frase ahora mismo cala en mis huesos, en mi alma encogida, en mi corazón. Tengo que despedirme. Me siento como una niña pequeña cada vez que me separo de mi familia, de mi tierra, de mis recuerdos, de mis historias. ¿ Acaso no dimensioné lo que significaba marcharme y dejar toda una vida atrás?
He construido una vida pero cuando vuelvo a mis raíces, es como si ellas tiraran de mi y no quisieran que me marchara.
¿ Por qué me cuesta soltar? ¿ Por qué me cuesta decir adiós?
Solo brotan lágrimas de agradecimiento, de dolor. Me duele dejar a mis padres, saber que el tiempo es implacable, las arrugas aparecen, las canas afloran, el cuerpo se debilita y el alma busca cobijo. Me gustaría tanto estar a su lado para cuidarlos como ellos lo han hecho conmigo. He sido una persona muy familiar, me gusta compartir con ellos, disfrutar de instantes, cosechar momentos y recaudar recuerdos.
He elegido este camino y se que hay un aprendizaje en el, pero a veces me gustaría renunciar y dar vuelta atrás.
El tiempo que paso con ellos lo exprimo al máximo, me impregno para guardarlo en un sitio especial para poderlos recordar. Son muchos kilómetros lo que nos separan y quiero tenerlos cerca.
Recordar es volver a sentirlos.
Hoy mi corazón se siente triste, me invade el vacío y la nostalgia.
Me despido de mi tierra, de mi familia, de quienes quizá no volveré a ver pero siempre estarán en mi corazón.
Me despido con mi cuerpo pero no con mi alma.